Por un resfrío tal vez no podría cantar, practicó con horas de anticipación, y aunque en un par de ocasiones se le escaparon unos gallitos, Aimee Mann dio un concierto sólido, íntimo y placentero para un viernes lluvioso.
RESEÑA ESCRITA PARA KILOMETRO CERO. FOTOS DE SEBASTIÁN LEHUEDÉ

Prometió un show más acústico que nada, y Mann cumplió. El viernes 14 más 1.500 personas disfrutaron del melancólico concierto de la cantante del soundtrack de Magnolia, la película de Paul Thomas Anderson. Supuestamente un poco resfriada, la chica indie por excelencia se mostró carismática, cercana y coqueta con el público.

Con una pinta de matea universitaria, las luces violetas de fondo y su guitarra en mano, Mann se disculpó por no saber español. “Pero aunque supiera, me dicen que ustedes hablan un español único que nadie más entiende, así que da lo mismo”, dijo entre risas.

Anunció que tocaría canciones que normalmente no toca, y así fue: partió con The Moth y siguió con Nightmare girl, dos canciones suaves, muy acústicas y con harto guitarreo. Luego de los aplausos, alguien del público le gritó “¡Te amo!”, a lo que ella respondió: “Gracias. Seguro que si te conociera, te amaría también”. Y luego fue el turno de Momentum y Build that wall.

Entre tanta guitarra, piano y teclado, la canción Par for the course destacó por el notorio uso de la batería, y para Amateur, Mann soltó la guitarra para tocar el bajo. Luego sacó una flauta, para This is how it goes, con un tinte más folk. Ya se escuchaba llover, pero llovió más fuerte justo cuando Mann cantaba Wise up, como si los que estábamos dentro del Teatro Teletón fuésemos parte de una versión chilensis de Magnolia.

Austera en la puesta en escena, la cantante brilló entre las paredes negras del recinto, siendo cercana al público, dialogando con él y siempre agradeciendo los aplausos. Presentó Save me como “la canción con la que perdí un Oscar”, y luego tocó “You could make a killing” antes de volcarse a las canciones de su nuevo album, @#%&*! Smilers. Luego de tocar Little Tornado y Little Bombs, bromeó con la idea de que quizás le gustan los desastres, “pero sólo si son pequeños”, y después cantó 31 today y Freeway.

A las 22:19 volvió al soundtrack de Magnolia con One. Alguien le gritó que era “super hot” y ella, sin inmutarse, simplemente dijo: “No voy a negarlo”. Sonriendo coqueta, cantó “Today’s the day” y luego de una breve salida del escenario, Mann aceptó las peticiones del público – cantó Guys like me y Red Vines (donde admitió que era sobre “un tipo que dirigió Magnolia”).

Nuevamente le gritaron que la amaban, y ella, buscando en el público, preguntó divertida: “¿Es el mismo tipo? Me gustaría pensar que hay dos”. Y como el público estaba dividido, gritando por dos canciones distintas, Mann pidió silencio y, como una mamá que resuelve una disputa de niños, dijo que cantaría ambas.

Primero tocó Driving Sideways, para la euforia del público. “¡Me encanta lo entusiastas que son!”, comentó antes del cierre. Ahí contó que le habían regalado una botella de pisco, y ante la sugerencia de alguien de la audiencia de que se lo tomara solo, respondió: “¡No puedo hacer eso! ¡Soy una flor delicada!”, comentó entre risas. Otra persona le gritó la receta del pisco sour, y eso le encantó; “¡Acá va por el pisco sour!”, dijo, antes de cerrar el show con Invisible Ink. Con eso, Aimee Mann se despidió de Chile, de Santiago, y de un público que disfrutó de un recital íntimo, acústico y simplemente genial.