Esta serie siempre fue (y siempre será) una de mis favoritas. No sólo porque Helen Hunt se luce como Jaimie Buchman, o porque el humor de Paul Reiser siempre sea bienvenido. No, el gusto por esta serie parte de un gusto por lo cotidiano, por esas tonteras que te dan risa cuando las ves de lejos, pero no cuando son una batalla campal. Claro, True Blood es fantástica, disfruté mucho de Sex & The City, Los Sopranos, Friends, Seinfield y The Nanny, pero, ¿cómo olvidar esa memorable escena cuando Jaimie le enseña a Paul a poner un nuevo tubo de confort en el baño? Simplemente hilarante. Brillante, incluso.


La rutina de una joven pareja en Nueva York, con su perro Murray - perseguidor de ratones imaginarios, logró ser la serie favorita del público norteamericano no sólo porque tenía personajes entrañables, sino porque era todo tan real que uno, aún sin ser tan loco como Ira o Lisa, podía decir: "I've been there". Lo he hecho. Yo hago eso.

En ese reconocimiento radica gran parte de la fuerza de la serie. Claro, la dinámica y química entre los dos protagonistas era obvia, buenísima, un gran pilar. Pero lo fuerte era que uno podía reconocer ese cariño casi estúpidamente loco (y verdaderamente tierno a momentos) de una fría neurótica obsesiva compulsiva y un payaso siempre tierno. Acá, dos momentos de un capítulo que dan a entender por qué amo con locura Mad about You.